La historia de “Mujercitas” es, en rigor, la crónica de la vida de las hermanas March, en Nueva Inglaterra, principalmente durante los años de la Guerra de Secesión, con su padre luchando en el ejército de la Unión, teniendo que sobrevivir, junto con su madre, haciendo trabajos modestos y la ayuda de una tía, la cual siempre les está echando en cara la falta de previsión de su progenitor. Las chicas son muy unidas y van creciendo en ese ambiente, con sus sueños y esperanzas. El personaje de Jo, que termina logrando su sueño de convertirse en escritora siempre se ha considerado una proyección de Louisa May Alcott y se considera que la obra, si bien no es del todo autobiográfica, tiene muchos elementos de la vida real de la familia de Louisa May Alcott.
Foster Hirsch en su libro “Elizabeth Taylor” comenta en relación a “Mujercitas” en la carrera de la Taylor lo siguiente: “En su film siguiente, Mujercitas (1949) tuvo la suerte de interpretar comedia, y en su papel de Amy, la egoísta y caprichosa que gusta de comer y que se equivoca con las grandes palabras (a su anciano vecino le llama ‘perfectionary’ en lugar de perfectionist (perfeccionista), con lo que lo hace parecer que pertenece a la secta de los puritanos), es una delicia. Preocupaba a la crítica y al público la inferioridad de la versión de Mervyn LeRoy respecto a la de George Cukor, realizada en 1936, pero la segunda versión tiene una ventaja sobre su ilustre predecesora: como Amy, la trivial y aturdida zorra y la más atractiva de las lacrimógenas hermanas March, Luz supera con viveza a Joan Bennett”.
“A pesar de su evidente instinto para los textos cortantes y las réplicas agudas, MGM no la empleó en comedias. Desmesuradamente absorta en los asuntos del corazón, fue la joven actriz trágica que reinó en los primeros años 50, asignada a toda una serie de papeles conmovedores. Sin embargo, su Amy es una tregua encantadora, una letífica versión de la mujer enamorada que fue su distintivo durante el período de ingenua que se presentaba”.
“Chispeante gracias a la nada habitual composición juguetona de Liz y a su desarrollo al estilo de imágenes en tarjeta postal, sabrosamente coloreadas, de cartón piedra, esta segunda Mujercitas es perfectamente respetable. Tiene las proporciones requeridas de comedia frívola y de tremendo melodrama; Margaret O’Brien sufre con nobleza, Janet Leigh sonríe con dulzura, June Allyson lo intenta con valentía, y ¿qué más puede pedirse de la perennemente perfumada obra de Louisa May Alcott?
“Mujercitas señaló el fin de la fase niña-mujer de la Taylor. Su Amy es, por una parte, una adolescente a la que se le escapan risitas, una caprichosa que mira la vida desde la perspectiva del romance victoriano, y por otra parte, una incipiente flirteadora que, esquiva pero amablemente, le roba a Laurie a su hermana mayor Jo, constituyendo pues una agradable mezcla de la Taylor inocente y la Taylor piruja”.
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