Eme soy

lunes, 28 de febrero de 2011

La Torre De Los Siete Jorobados Escena



 Fecha de estreno en Madrid: 23 de noviembre de 1944, en el cine Capitol. Permanencia en cartel: 7 días.


Primera de lo que podríamos denominar trilogía criminal-costumbrista-irónica-madrileña de Neville, que tendría su continuación en Domingo de carnaval (1945) y El crimen de la calle de Bordadores (1946). En La Torre de los siete jorobados, Neville adapta junto a José Santugini una novela de Emilio Carrére y nos traslada al Madrid de 1917, donde Basilio está enamorado de la hija de un fantasma que sólo ve él. Una investigación policial hará que descubra una extraña secta que se oculta en los subterráneos de Madrid.

Esta intriga le sirve al director para experimentar con la técnica del expresionismo alemán mediante imágenes oníricas y efectos visuales que convierten el film en un insólito producto de género fantástico. Reivindicado con el paso del tiempo, es actualmente uno de los títulos clásicos de nuestra cinematografía.

Una joya de cine gótico, neogótico, literario, fantástico. El director nos abre las puertas de la ciudad surrealista, hecha de claves, de puertas que son y no son, y sobre todo de pasadizos a lo inconsciente, al sueño puro. Digna de figurar al lado de los mejores films de Cocteau, como “Orfeo” y “La bella y la bestia”, donde se nos muestran las inmensas posibilidades de la fantasía para expandir los territorios de la conciencia humana.


Finales del siglo XIX. Basilio Beltrán (Antonio Casal) el Sherlock Holmes ibérico se pirra por el juego y por una cancionista apodada "La Bella Medusa" (Manolita Morán). Ante el tapete verde se le aparece el fantasma de don Robinsón de Mantua (Félix de Pomés) que le indica los números ganadores y le pide, a cambio, que proteja a su sobrina Inés (Isabel de Pomés) de los graves peligros que la acechan. En una de sus exploraciones arqueológicas don Robinsón descubrió que en el subsuelo de Madrid hay una ciudadela subterránea donde se escondieron los judíos que no quisieron abandonar España cuando se decretó su expulsión. Ahora, este refugio está habitado por una banda de jorobados capitaneados por el doctor Sabatino (Guillermo Marín).

 
No es, si no, una nueva modalidad del "carpe diem" renacentista con toque mediterráneo: Vive y sé feliz. O al menos eso es lo que se desprende de las socarronas palabras que Robinsón de Mantua profiere a los dos enamorados: ¡¡Ya basta, Basilio, ya vale!! —refiriéndose al profundo beso que el protagonista regala a su amada Inés.

Lo mejor, la retranca del tuerto y las cenas con la gorda y la novieta.

Si caen goteras en una casa sin que esté lloviendo anuncia duelo en esa casa. Si solo es una gotera lo que anuncia son sufrimientos y peligros para el soñador.”

Con cambios superficiales respecto a la novela original como son la eliminación de personajes, tomando lo esencial de lo sobrenatural y fantasmal, y sin profundizar en la magia, entre otros motivos, para intentar eludir la censura de la época.

La torre de los siete jorobados es una historia fantástica, no real, pero Neville logra que parezca plausible. Madrid está lleno de galerías, túneles, pasadizos... que conectan diferentes lugares de la ciudad, y ya se sabía de ellos desde antiguo. En los años 20, se descubren muchas ruinas antiguas bajo la capital, lo que le dio el pie perfecto a Carrere para desarrollar toda una historia acerca de posibles cuevas gigantescas lo suficientemente grandes como para albergar toda una ciudad.






Carrere era, en estos momentos, toda una figura de referencia en el mundo de la literatura fantástica y, a pesar de que ya habían transcurrido veinte años desde la publicación de la novela cuando Neville quiso llevarla a la gran pantalla, aún era muy conocido. Neville se encargó, junto con Santuguini, de “guionizar” esta novela (Santuguini hizo el guión literario y Neville el técnico y de la dirección [5] ). El resultado fue que tuvieron que hacerse muchos ajustes, algunos debidos a las posibilidades técnicas existentes y disponibles, otros para que la película tuviera ese regusto hollywoodiense que Neville imprimía a todo lo que hacía (con “happy end” incluido donde el chico bueno consigue a la chica guapa), y otros cambios más para contentar a la censura. Esto hizo que la película adoleciera en algunos puntos que en la novela estaban perfectamente solucionados.

Contó para ello con un equipo alemán que había trabajado en películas expresionistas, y que hacen que el decorado, con una iluminación mortecina, adquiera un aspecto de oscuro, tétrico, abandonado y peligroso, lleno de trampas y polvo que los siglos han ido acumulando en los olvidados caminos (como aquella por la que cae el inspector Martínez). No cabe duda alguna de que la elección de este equipo venía dada por el.
 hecho de que ya la novela tiene enormes influencias de este cine, que heredaría sin duda Neville, sobre todo de las películas de Fritz Lang.

Mabuse (Metrópolis, las tres luces )Murnau ( Nosferatu) o Robert Wiene ( El gabinete del doctor Caligari). En esta misma cinta no podemos negar las claras influencias del cine negro y policíaco ( Los Misterios de París de Sue), al igual que en Domingo de Carnaval o En el crimen de la calle Bordadores. El tipo de planos que usa, el tema, el montaje... todo nos remite a este tipo de cine, lo cual creo que no es de criticar, sino de alabar, pues logró trasponer aquel género a Madrid y hacer que funcionase, pues, aunque no pretende que sus películas sean espectaculares, sí se nota que funcionan perfectamente como una máquina bien engrasada.

Pero sin duda alguna, lo más impactante de los decorados es la torre que da nombre a la película. En la novela es una auténtica torre que se levanta al lado del hotel que habita Victorio Sabatino con su mujer y criados. Sin embargo, Neville retorció más la idea de que la ciudad era subterránea, y esta torre no se alza hacia el cielo, sino que se hunde hacia las profundidades de la tierra en una espiral vertiginosa iluminada de forma muy acertada para que nos dé mayor sensación de altura, bueno, en este caso, profundidad, que se precipita hacia las simas más profundas del sub-mundo que existe bajo Madrid.

Tras el fin de la Guerra Civil Española, donde el bando nacional dirigido por las tropas del General Franco se alza con la victoria, queda un hueco en el panorama cinematográfico de nuestro país difícil de llenar. Algunos de los grandes directores del país, que no eran afines al régimen, se vieron forzados a un exilio duradero en muchos casos y definitivo en otros. A pesar de este vacío hubo nombres muy importantes que se quedaron en España.

Neville siempre tuvo bastantes roces con la censura, pues intentaba hacer un cine más innovador y con temas más variados que los que se planteaba en general nuestro cine. En este caso los problemas vinieron dados porque “la trama resulta muy rocambolesca, con excesivo contenido fantástico, que la censura pedía fuera atemperado”.

En la película, sin embargo, los tiempos han cambiado. Ahora está el régimen de Franco, y la censura no hubiera permitido en ningún caso que se tachara a la autoridad de inepta ni nada parecido, por lo que Neville recalca más otra faceta que ya aparecía en la novela: El Madrid siniestro y oculto.

Por esto esta película que parece ser en principio sólo un cuento folletinesco, pasase desapercibida a los primeros controles que se hacían sobre el guión, pero no pasó igual en el siguiente, por lo que la película, aunque se dejó estrenar, no fue distribuida en los típicos circuitos comerciales, haciéndola pasar desapercibida (algunas criticas de la época aparecieron cuando ya ni siquiera estaba en cartel) y luego fue simplemente olvidada, sin apenas ninguna referencia a ella, ni siquiera por parte de su director.

martes 1 de Marzo 2011


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