¿Por qué los políticos españoles no hacen lo que les exige el pueblo?
Nota
Los políticos españoles, cada día más rechazados y odiados, saben lo que les exige el pueblo, pero no lo hacen. Ese desprecio a la voluntad popular les deslegitima en democracia, los convierte en inmorales y en merecedores de ser tratados como déspotas, aunque hayan sido elegidos en las urnas
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El pueblo tiene en España exigencias muy concretas y claramente identificadas en las encuestas, pero los políticos las ignoran. Una de esas exigencias es que los ladrones y corruptos sean castigados. Otra es que los que han robado devuelvan lo que han rapiñado. Otra es que los políticos pierdan algunos de sus inmerecidos privilegios. Existe otra sobre la que hay una rara unanimidad: que los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales dejen de recibir subvenciones públicas pagadas con los impuestos ciudadanos.
La única explicación de que los políticos ignoren sistemáticamente las exigencias populares es que la clase política española es ajena a las reglas de la democracia, lo que la convierte en despótica y le hace perder la decencia y la legitimidad democrática. Los pensadores clásicos y fundadores de las primeras democracias renían claro que si un pueblo, como ocurre en España, rechaza a sus políticos, éstos dejan de ser sus representantes legítimos y se transforman en usurpadores.
Otra de las peticiones que emanan de la voluntad popular es que los políticos, antes de ocupar cargos públicos, sean sometidos a controles, exámenes y exigencias por parte de comisiones independientes de ciudadanos. Los ciudadanos no toleran que a un político español se le exija menos que a una secretaria o un vendedor en la empresa privada y que ineptos incontrolados, sin solvencia ética y sin preparación profesional y técnica puedan llegar a ser ministros y a presidir el gobierno.
Los políticos no pueden escudarse en que ignoran lo que el pueblo quiere. Las encuestas cualitativas lo revelan con una precisión de cirujano. Esas encuestas dicen claramente que los políticos están acumulando rechazo y hasta odio por parte de una creciente mayoría de ciudadanos, que los partidos políticos son intensamente condenados y rechazados por la ciudadanía y que no existe un colectivo más despreciable para un ciudadano español que el de los políticos.
Ante esas realidades, nuestros políticos miran hacia otro lado y disimulan, lo que les convierte en déspotas y en opresores, según las reglas de la democracia, según las cuales la voluntad popular debe ser sagrada y que cuando existen discrepancias sustanciales entre el gobierno y el pueblo, hay que recurrir al referendum para dilucidar el drama.
Pero en España no se utiliza el referendum, ni se respeta la voluntad popular, ni se legisla de acuerdo con la opinión pública mayotitaria. Los políticos se han convertido en un colectivo elitista, cargado de arrogancia y completamente aislado de los ciudadanos, a los que imponen su voluntad sin consideración ni respeto.
Si se le pereguntara a los españoles en un referendum limpio si quieren o no que los partidos políticos y sindicatos sean costeados con el dinero de los impuestos, la respuesta sería un "No" estruendoso. Los políticos, plenamente conscientes de esa respuesta, ignoran la voluntad popular, lo que los convierte en opresores y les resta casi toda la legitimidad democrática, aunque hayan sido elegido en unas elecciones que, para colmo de desgracia, también están trucadas, ya que no es el ciudadano el que elige, sino las élites de los partidos, que son las que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el votante sólo puede deci "SI" o "NO" en bloque.
Es cierto que todavía existe una masa enorme que cree en los políticos y que sigue apoyando con su voto a los partidos políticos que nos han conducido hasta el matadero. Es un grupo integrado por dos subgrupos: el de los que cobran de los partidos y del poder y el de los descerebrados, mentes débiles que son fácilmente manipulables por los aparatos de propaganda y que siguen pensando que España es una democracia. Por fortuna, el número de fanáticos y de imbéciles desciende a un ritmo intenso en un país que, gracias a la crisis, está descubriendo que ha sido manipulado, utilizado, engañado y explotado durante décadas por una casta política ajena al bien común y a la democracia, cuyos principal interés ha sido y es controlar el poder y disfrutar de los privilegios que el poder conlleva, en algunos casos incluyendo algunos delitos como el saqueo de las arcas públicas y la corrupción a gran escala.
España está deprimida, política, moral y económicamente postrada y al borde de la quiebra. Para salir de esea profunda postración, el país necesita afrontar un esfuerzo colectivo bajo un liderazgo fuerte y capaz de ilusionar. En las circunstancias presentes, comandados por partidos y políticos a los que se rechaza y desprecia, sometidos a criterios no compartidos, impuestos desde el poder, inmersos en desconfianza e inundados del hedor que desprende la corrupción política, el resurgir es imposible.
La única explicación de que los políticos ignoren sistemáticamente las exigencias populares es que la clase política española es ajena a las reglas de la democracia, lo que la convierte en despótica y le hace perder la decencia y la legitimidad democrática. Los pensadores clásicos y fundadores de las primeras democracias renían claro que si un pueblo, como ocurre en España, rechaza a sus políticos, éstos dejan de ser sus representantes legítimos y se transforman en usurpadores.
Otra de las peticiones que emanan de la voluntad popular es que los políticos, antes de ocupar cargos públicos, sean sometidos a controles, exámenes y exigencias por parte de comisiones independientes de ciudadanos. Los ciudadanos no toleran que a un político español se le exija menos que a una secretaria o un vendedor en la empresa privada y que ineptos incontrolados, sin solvencia ética y sin preparación profesional y técnica puedan llegar a ser ministros y a presidir el gobierno.
Los políticos no pueden escudarse en que ignoran lo que el pueblo quiere. Las encuestas cualitativas lo revelan con una precisión de cirujano. Esas encuestas dicen claramente que los políticos están acumulando rechazo y hasta odio por parte de una creciente mayoría de ciudadanos, que los partidos políticos son intensamente condenados y rechazados por la ciudadanía y que no existe un colectivo más despreciable para un ciudadano español que el de los políticos.
Ante esas realidades, nuestros políticos miran hacia otro lado y disimulan, lo que les convierte en déspotas y en opresores, según las reglas de la democracia, según las cuales la voluntad popular debe ser sagrada y que cuando existen discrepancias sustanciales entre el gobierno y el pueblo, hay que recurrir al referendum para dilucidar el drama.
Pero en España no se utiliza el referendum, ni se respeta la voluntad popular, ni se legisla de acuerdo con la opinión pública mayotitaria. Los políticos se han convertido en un colectivo elitista, cargado de arrogancia y completamente aislado de los ciudadanos, a los que imponen su voluntad sin consideración ni respeto.
Si se le pereguntara a los españoles en un referendum limpio si quieren o no que los partidos políticos y sindicatos sean costeados con el dinero de los impuestos, la respuesta sería un "No" estruendoso. Los políticos, plenamente conscientes de esa respuesta, ignoran la voluntad popular, lo que los convierte en opresores y les resta casi toda la legitimidad democrática, aunque hayan sido elegido en unas elecciones que, para colmo de desgracia, también están trucadas, ya que no es el ciudadano el que elige, sino las élites de los partidos, que son las que elaboran esas listas cerradas y bloqueadas ante las que el votante sólo puede deci "SI" o "NO" en bloque.
Es cierto que todavía existe una masa enorme que cree en los políticos y que sigue apoyando con su voto a los partidos políticos que nos han conducido hasta el matadero. Es un grupo integrado por dos subgrupos: el de los que cobran de los partidos y del poder y el de los descerebrados, mentes débiles que son fácilmente manipulables por los aparatos de propaganda y que siguen pensando que España es una democracia. Por fortuna, el número de fanáticos y de imbéciles desciende a un ritmo intenso en un país que, gracias a la crisis, está descubriendo que ha sido manipulado, utilizado, engañado y explotado durante décadas por una casta política ajena al bien común y a la democracia, cuyos principal interés ha sido y es controlar el poder y disfrutar de los privilegios que el poder conlleva, en algunos casos incluyendo algunos delitos como el saqueo de las arcas públicas y la corrupción a gran escala.
España está deprimida, política, moral y económicamente postrada y al borde de la quiebra. Para salir de esea profunda postración, el país necesita afrontar un esfuerzo colectivo bajo un liderazgo fuerte y capaz de ilusionar. En las circunstancias presentes, comandados por partidos y políticos a los que se rechaza y desprecia, sometidos a criterios no compartidos, impuestos desde el poder, inmersos en desconfianza e inundados del hedor que desprende la corrupción política, el resurgir es imposible.
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